Apelo a mi memoria para recrear uno de los momentos más importantes de mi vida, el cual está indisolublemente ligado a la historia de Laboulaye.
Viajo 12 años hacia atrás y me veo sentado en una mesa de un bar céntrico junto a amigos y descubro, sonriendo, que algunas cosas nunca cambian aunque ese establecimiento y no existe.
La tarde es pesada y la esperanza de que una lluvia alivie la carga de las altas temperaturas resulta inevitable, sobrevolando el cielo con innumerables nubes grises y negras.
El temor a la caída de granizo hace que algunos huyan y se refugien.
Nosotros, inesperadamente, somos testigos del terror y la perplejidad.
De repente, el aire parece sofocar; subyuga los sentidos el viento que comienza a cobrar velocidad y que trae la oscuridad, la noche sin luz humana, solamente iluminada con los relámpagos naturales.
Las ráfagas se arremolinan y derriban carteles, personas, sillas, vehículos y todo parece frágil, perentorio.
Lo veo como si fuera una película, sin emitir una palabra, con mudo asombro.
El TORNADO AZOTA LABOULAYE: la ciudad cambia para siempre y yo también.
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Poco tiempo después y quizás a causa de esto, porque las casualidades conforman tan sólo un eslabón de una cadena que define la vida de una persona, Nexos del Sur se funda y empieza a contar noticias.
Una de ellas, publicada por Leandro Bustos en la víspera de su cumpleaños, informó que el saldo negativo del fenómeno climático fueron 120 familias afectadas en el sector norte de la localidad, tras 15 minutos de furia natural que además se llevó puesto techos de casas, árboles, paredes, tendidos eléctricos y etcéteras, “desatando la incertidumbre y el pánico en los pobladores”.
Sus fotos son publicadas en muchos medios provinciales y nacionales, algunos de los cuales ya aprovechan el alcance de internet.
Días más tarde soy convocado para encabezar junto a él el proyecto Nexos.
De alguna manera secreta, mi destino se revela y me trae a esta nota.