Sin tener títulos nobiliarios o haberlos heredado, Alberto Ricardo Tisera es un noble zapatero. Noble porque ha hecho carne el oficio, y noble porque enalteció dicha profesión con esfuerzo y dedicación. Pronto a cumplir 73 años, el trabajador de la compostura del calzado, es una persona necesaria no solo para los laboulayenses, sino también para gente de otros pueblos vecinos como Buchardo, Serrano o La Cesira, quienes requieren de su servicio.
Antes de comenzar su verdad, tengo que decir que sin lugar a dudas, Alberto Ricardo Tisera tuvo una difícil situación en su infancia, ya que su papá falleció muy joven, y eso iba a ser desencadenante de su profesión.
El zapatero es nacido en Laboulaye, y de pequeño se fue a vivir a Fray Cayetano Rodríguez, porque así lo requirió el trabajo de su papá.
El papá, Alberto Tisera, casado con Ofilia Schmalz, realizaba trabajos en el campo y en ese tiempo el joven hizo sexto grado en la escuela del “13”, llamada “Justino César”. Pero Alberto padre enfermó gravemente de paperas y murió repentinamente a los 42 años de edad, dejando un dolor y vacío enormes en la familia.
Quedaron entonces Ofilia, Alberto Ricardo y su hermana María Elba. Cuando regresan a Laboulaye alquilaron una casa en la calle España, donde con el tiempo Tisera iba a tener su primer pequeño taller de compostura del calzado. Pero mejor no me adelanto.
Porque Tisera tuvo su
primer trabajo en el bazar Muzo y Guerra, donde estuvo entre 8 y 10 años, hasta que el comercio cerró al no poder sostener los altos costos de alquiler.
Entonces comenzó a frecuentar el taller de compostura de calzado de su amigo Luis Molina,
“cebando mates”, y fue con su amigo que hizo sus primeros pasos como zapatero, mirando y ayudándolo en pequeñas cosas, aprendió rudimentariamente la profesión. Pero con el tiempo Luis se casó y se fue a vivir a Rufino, y ahí comenzaba otra historia.
“Mi historia de zapatero fue muy sencilla, porque yo tenía un amigo (Luis Molina) que estaba en la calle Avellaneda”, contó Tisera sobre sus inicios.
“Así fui agarrando la mano del trabajo de la zapatería”. Tisera recuerda, cómplice con quien narra esta nota, que su amigo Luis no le daba
“trabajos importantes” por temor a que arruine algún calzado.
“Luis Molina se puso de novio con una chica en Rufino y me dejaba los sábados para que le atendiera y entregaba el calzado que estaba hecho”, contó Tisera, y luego confesó que en esos sábados él hacía algunos trabajos más complejos para practicar
“sin que él (Luis) se diera cuenta”.
“Con los años se casó y se trasladó a Rufino: eso me cortó los brazos, quedé sin trabajo”, explicó el zapatero que en este 2023 ronda los
45 años de profesión.
En ese tiempo de estar sin trabajo, una tía le ofreció ir a vivir a Buenos Aires donde era más factible que consiguiera algún empleo.
“A mí me tiraba porque éramos muy pocos de familia. Entonces, con todo el dolor del alma, me fui a trabajar a Buenos Aires”.
“Lo primero que hice al llegar a Buenos Aires, fue agarrar el diario y la Fábrica Mónacos en Santos Lugares necesitaba un operario y me fui a presentar”, relató Alberto Ricardo. En la entrevista
“le caí en gracia a los patrones”, contó, y lo tomaron a prueba cortando plantillas y demás labores. Con el pasar del tiempo le dieron más tareas y llegó a hacer
“la parte de abajo del calzado”.
“Trabajé mucho tiempo y me querían mucho”; con el tiempo le habían tomado
“mucha confianza”. En ese momento Tisera vivía en una pensión y tenía que ir y volver dos veces al día para comer. Pero los dueños de la empresa le prestaron la cocina de la fábrica para que se hiciera la comida y no tuviera que viajar tanto, un ejemplo del cariño que le tenían.
Cuando trabajaba en Buenos Aires, Tisera ya estaba de novio en Laboulaye con María del Carmen Cravero, cuyo papá era cartero. Alberto Ricardo tenía la idea de casarse en su ciudad e irse a vivir a Buenos Aires, pero
"como era la única hija, mis suegros no querían mucho, porque decían que se iban a quedar solos y que se yo y qué sé cuánto. Con el tiempo vencieron y abandoné el trabajo en Buenos Aires”, explicó el zapatero.
“Me volví y al tiempo me casé”, dijo Alberto Ricardo, quien en Laboulaye siguió en el rubro de compostura del calzado y fue comprando herramientas:
“Me fui armando de cosas”. Todo ello con ayuda de su suegro.
Ahora sí llegamos a su
primer espacio de trabajo, que lo tuvo en la calle España Nº 62, en una habitación sin vidriera, de la casa donde vivía con su familia.
“De a poco fui haciendo mi clientela, no me fue fácil”. Era el momento del 1 a 1, y arreglar el calzado costaba casi como comprar uno nuevo.
“Había que ser prolijo”, dijo el zapatero.
Con el tiempo se afianzó en la profesión y se equipó con todas las herramientas necesarias. Y otro sueño que se le hacía realidad:
“De a poco me hice la casa”, contó Tisera.
Con María del Carmen son padres de cuatro
hijos: Silvina Elba, Natalia, Belén y Rubén Alberto.
“Con el tiempo me hice la casa y les hice estudiar todo lo que más pude a los chicos, porque algunos no quisieron estudiar”, explicó el zapatero en rol de padre.
Viniendo a la actualidad y con la economía post pandémica, Tisera explicó que
hoy tiene más trabajo que en años anteriores, principalmente por dos motivos. Uno, porque de haber cinco o seis zapateros, hoy quedan sólo dos, él y el
“negrito Larretape”. Y el otro motivo, es que la gente hoy cuida hasta el último su calzado.
Un hecho a destacar es que Alberto Ricardo le enseñó la profesión a Gamboa (que trabajaba en el Casino), y a Marsetti (que trabajaba en el Molino Florencia), pero lamentablemente ambos fallecieron ya.
Luego de años de prosperidad en la calle España, se mudó a la calle 1º de Mayo, donde hasta el día de hoy trabaja.
“Acá estoy, con cada vez más trabajo y ya me he jubilado”, dijo satisfecho.
“Mi familia me dice que ya me tendría que retirar, pero es una cosa que lo siento, me gusta hacerlo y para mí es un entretenimiento”, explicó Alberto Ricardo, a quien le gusta conversar con la gente de distintas cosas en el cotidiano de su labor.
Y otro hecho a destacar, y no menor, es que Tisera
todas las tardes recibe la visita de María del Carmen, su esposa, con quien toma mates y comparte momentos.